Amamos patriarcalmente. Amamos democráticamente.
Amamos como los capitalistas: con el ansia voraz de poseer al objeto de amor,
con el ansia brutal del que colecciona piezas de caza. Nos conquistamos, nos
endulzamos, nos fusionamos, nos separamos, nos destruimos mutuamente… nuestra
forma de amar está impregnada de ideología, como cualquier fenómeno social y
cultural.
El amor romántico que heredamos de la burguesía del
siglo XIX está basado en los patrones del individualismo más atroz: que nos
machaquen con la idea de que debemos unirnos de dos en dos no es casual. Bajo
la filosofía del “sálvese quién pueda”, el romanticismo patriarcal se perpetúa
en los cuentos que nos cuentan en diferentes soportes (cine, televisión,
revistas, etc.).
A través de los cuentos que nos cuentan, asumimos
los mitos, los estereotipos, los ritos y los roles de género tradicionales, y
mientras consumimos ideología hegemónica, nos entretenemos y nos evadimos de
una realidad que no nos gusta. Consumiendo estos productos románticos
aprendemos a soñar con una utopía emocional posmoderna que nos promete la
salvación eterna y la felicidad conyugal. Pero solo para mí y para ti, los
demás que se busquen la vida.
Frente a las utopías religiosas o las utopías
sociales y políticas, el amor romántico nos ofrece una solución
individualizada, y nos mantiene distraídas soñando con finales felices. El romanticismo sirve para que adoptemos un
estilo de vida muy concreto, para que nos centremos en la búsqueda de pareja,
para que nos reproduzcamos, para que sigamos con la tradición y para que todo
siga como está.
El romanticismo patriarcal sirve para que todo siga
como está. Unos disfrutando de sus privilegios de género, y las otras
sometiéndose a los pequeños reyes absolutos que gobiernan en sus hogares.
Sirve, también, para ayudarnos a aliviar un día horrible, para llevarnos a
otros mundos más bonitos, para sufrir y ser felices con las historias
idealizadas de otros, para olvidarnos de la realidad dura y gris de la
cotidianidad. Sirve para que, sobre todo las mujeres, empleemos cantidades
ingentes de recursos económicos, de tiempo y de energía, en encontrar a nuestra
media naranja. Ante el fracaso, deseamos que todo cambie cuando encontremos al
amor ideal que nos adore y nos acompañe en la dura batalla diaria de la vida.
Cada oveja rumiando su pena con su pareja.
Estamos rodeadas de afectos en nuestra vida, pero si
no tenemos pareja decimos que “estamos solas”. Las que tienen pareja aseguran
que la soledad que sienten en compañía es mucho peor. Muchas mujeres siguen
creyendo que la pareja amorosa es la solución a su precariedad, a su
vulnerabilidad, a sus problemas personales. Las industrias culturales y las
inmobiliarias nos venden paraísos románticos para que busquemos pareja y nos
encerremos en hogares felices, entornos de seguridad y aburrimiento que pueden
llegar a convertirse en infiernos conyugales.
Las parejas de hoy en día siguen siendo
profundamente desiguales, desequilibradas, jerárquicas, y casi todas practican
la división de roles: heteros, lesbianas, bisexuales, gays… el amor es el
reducto final en el que se ancla el patriarcado. El individualismo del
romanticismo patriarcal nos sume en ensoñaciones románticas mientras nos quitan
derechos y libertades… todavía una gran parte de la población permanece
adormilada, protestando en sus casas, soñando con El Salvador o el Príncipe
Azul.
Los medios de comunicación tradicionales jamás
promueven el amor colectivo si no es para vendernos unas olimpiadas o un seguro
de vida. Si todos nos quisiésemos mucho el sistema se tambalearía, pues está
basado en la acumulación egoísta de bienes y recursos y no su gestión colectiva
y solidaria. Por ello es que se prefiere que nos juntemos de dos en dos, no de
veinte en veinte: es más fácil controlar a dos que a grupos de gente que se
quiere.
El problema del amor romántico es que lo tratamos
como si fuera un tema personal: si te enamoras y sufres, si pierdes al amado o
amada, si no te llena tu relación, si eres infeliz, si te aburres, si aguantas
desprecios y humillaciones por amor, es tu problema. Igual es que tienes mala
suerte o que no eliges a los compañeros o compañeras adecuadas, te dicen.
Pero el problema no es individual, es colectivo: son
muchas las personas que sufren porque sus expectativas no se adecúan a lo que
habían soñado. O porque temen quedarse solas, porque necesiten un marido o una esposa, o porque se
decepcionan cuando comprueban que el romántico no es eterno, ni es perfecto, ni
es la solución a todos nuestros problemas.
Lo personal es político, y nuestro romanticismo es
patriarcal, aunque no queramos hablar de ello en los foros y asambleas. También la gente de izquierdas y los
feminismos seguimos anclados en viejos patrones de los que nos es muy difícil
desprendernos. Elaboramos muchos discursos en torno a la libertad, la
generosidad, la igualdad, los derechos, la autonomía… pero en la cama, en la
casa, y en nuestra vida cotidiana no resulta tan fácil repartir
igualitariamente las tareas domésticas, gestionar los celos, asumir
separaciones, gestionar los miedos, comunicarse con sinceridad, expresar los
sentimientos sin dejarse arrastrar por la ira o el dolor…
No nos enseñan a gestionar sentimientos en las
escuelas, pero sí nos bombardean con patrones emocionales repetitivos y nos
seducen para que imaginemos el amor a través de una pareja heterosexual de solo
dos miembros con roles muy diferenciados, adultos y en edad reproductiva. Este
modelo no solo es patriarcal, también es capitalista: Barbie y Ken, Angelina
Jolie y Brad Pitt, Javier Bardem y Penélope Cruz, Letizia y Felipe… son parejas
exitosas mitificadas por la prensa del corazón para que las tomemos como modelo
a seguir. Es fácil entender, entonces, porqué damos más importancia a la
búsqueda de nuestro paraíso romántico que a la de soluciones colectivas.
Para transformar o mejorar el mundo que habitamos
hay que tratar políticamente el tema del amor, reflexionar sobre su dimensión
subversiva cuando es colectivo, y su función como mecanismo de control de masas
cuando se limita al mundo del romanticismo idealizado, heterocentrado y
heterosexista.
Si me pongo romántica queer, me da por pensar que el
amor de verdad podría destruir patriarcado y capitalismo juntos. Las redes de
solidaridad podrían acabar con las desigualdades y las jerarquías, con el
individualismo consumista y con los miedos colectivos a los “otros” (los raros,
las marginadas, los inmigrantes, las presidarias, los transexuales, las
prostitutas, los mendigos, las extranjeras). Para poder crear estas redes de
amor tenemos que hablar mucho y trabajar mucho: queda todo el camino por hacer.
Tenemos que hablar de cómo podemos aprender a
querernos mejor, a llevarnos bien, a crear relaciones bonitas, a extender el
cariño hacia la gente y no centrarlo todo en una sola persona. Es hora de que
empecemos a hablar de amor, de emociones y de sentimientos en espacios en los que ha sido un tema ignorado
o invisibilizado: en las universidades, en los congresos, en las asambleas de
los movimientos sociales, las asociaciones vecinales, los sindicatos y los
partidos políticos, en las calles y en los foros cibernéticos, las comunidades
físicas y virtuales.
Hay que deconstruir y repensar el amor para poder
crear relaciones más igualitarias y diversas.
Es necesario despatriarcalizar el amor, eliminar las
jerarquías afectivas, desmitificar finales felices, volverlo a inventar, acabar
con los estereotipos tradicionales, contarnos otras historias con otros
modelos, construir relaciones diversas basadas en el buen trato, el cariño y la
libertad. Es necesario proponer otros
“finales felices” y expandir el concepto de “amor”, hoy restringido para los
que se organizan de dos en dos.
Ahora más que nunca, necesitamos ayudarnos, trabajar
unidos por mejorar nuestras condiciones de vida y luchar por los derechos
humanos para todos. Para acabar con la desigualdad, las fobias sociales, los
odios y las soledades, necesitamos más generosidad, más comunicación, más
trabajo en equipo, más reds de ayuda. Solo a través del amor colectivo es como
podremos articular políticamente el cambio.
Confiando en la gente, interaccionando en las
calles, tejiendo redes de solidaridad y cooperación, trabajando unida para
construir una sociedad más equitativa, igualitaria y horizontal. Pensando y trabajando por el bien
común, es más fácil aportar y recibir, es más fácil dejar de sentirse sola/o,
es más fácil elegir pareja desde la libertad, y es más fácil diversificar
afectos. Se trata, entonces, de dar más espacio al amor en nuestras vidas, de
crear redes afectivas en las que podamos querernos bien, y mucho.
Que falta nos hace.
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